lunes, 13 de septiembre de 2010

bicilceta, canciones y caídas

Hoy caí de la bicicleta, una vez más. Unos cuantos raspones y la mirada estupefacta de una mujer joven, a la cual tuve que esquivar justo antes de estrellarme contra el suelo, fue lo que me dejó este nuevo capítulo de mi estupidez.

A veces creo que solo vine a recolectar cicatrices, a cerrar heridas del alma suturándome a tientas, con puntadas de dolor físico, caídas y recaídas, sangre y costra.

Cada cicatriz en mi piel, es una sutura mal hecha, rota, defectuosa. Sin embargo, son simples de cuidar, y cuando terminan de sanar, dejan esas extrañas figuras en sobre relieve que orgullosas se muestran al mundo y le escupen a la cara: “si, por aquí pasó la vida, haciendo estragos, pero si el vivo vive, la piel renace y el dolor se va.”

Trato siempre de arreglar mis problemas, buscando dentro, allá en la oscuridad de las profundidades metafísicas y mágicas del espíritu, y haciendo eso me abstraigo del mundo, del ruido, de la prisa, del utilitarismo furibundo en el que decidimos participar y de la desgarradora visión impersonal de la propia persona. Me abstraigo…dejo ir a mi abuelo paterno, y en medio de acordes que le quiero regalar, aunque no sean míos, lo veo caminar hacia mi abuelo materno, quienes después de un abrazo y un trago de vodka chibcha, sincronizados me guiñan el ojo diciéndome que tendré dos pares más de ojos cuidándome mientras recorro lo que queda de camino.
Me gusta pensar que el par de viejos se burlan de mi cuando le hablo a una chica, haciéndome recomendaciones hilarantes para provocar su risa, y tal vez, romper la coraza helada que recubre su verdadero yo, abrir una grieta y dejar que se escape de sí misma, poder respirar un poco del alma que tiene tan guardada incluso cuando está desnuda.

Tal vez sería saludable el desaparecer, para desnudarse realmente, olvidarse de todas estas ataduras, restricciones y patrones absurdos de conducta.

Lo que queda es construir puentes para llegar a nuestra isla desconocida y cuando por fin toquemos tierra, tierra de nuestras entrañas y nuestra alma, quemar la estructura para jamás volver al continente pétreo. Flotar con otras islas, inventadas a medida, decoradas de vida, libres y maravillosas, navegando tan cerca unas de otras que con un par de brazadas en un mar de agua ligera, agua de aire, agua de luz, podríamos encontrar la calidez profunda y la dicha en las playas de un amigo o en las montañas frescas de la mujer amada. Somos islas fluyendo con la corriente de la vida, lejos de la orilla amalgamada, que a pesar de su extraordinario dinamismo virtual, es tan solo tedio estático.

Esta es una de las razones por las que caigo tan frecuentemente de la bicicleta, es la razón de mis tantos accidentes, y de mi aparente dejadez. Vivo más en el mundo de las islas que en el mundo de los peatones y los carros, en este mundo de semáforos, policías y trayectos de vida que se han convertido en un destino manifiesto del que la humanidad es incapaz de escapar.

Prefiero vivir entonces en el mar donde puedo abrazar a mi hermano, amigo del alma, donde bebo ron en la mesa de mis padres, y donde beso a mujeres centenarias que me vieron crecer. Sin embargo cuando no estoy en el caribe, estoy en el mediterráneo, con las islas catalanas, grandes amigas y amigos, que fui encontrando y que me han dado la inmensa alegría de por fin dar, en este continente cansado y sin inocencia,con personas que aún creen verdaderamente en algo, en algo tan puro y sencillo como en la música o el amor.