viernes, 20 de enero de 2012

FUEGO Y MAR

Por lo general nos quedamos viéndolos sin decir nada, en su misterio y belleza perdemos el sentido del tiempo, igual que al ver el horizonte abriéndose entre verdes siluetas que semejan el cuerpo de una mujer recostada en la inmensidad, como dorándose por el sol de poniente.

Cada vez que los veo, me siento observando un espejo para el alma, ardiendo dentro, un espacio infinito en nuestras profundidades, una fuerza incontenible que incluso vence a la gravedad; llamas tocando un techo de concreto, llamas que por encerrarlas calcinan cualquier jaula que la humanidad haya construido con la absurda pretención de limitar su incontrolable efevecencia.

Somos fuego y mar, no vivimos en la tierra, solo caminamos sobre ella. Vivimos dentro de nostros mismos, aunque derramando sobre el suelo fertil la inagotable luz que nuestro vasto interior emana por el simple hecho de existir.
Lo físico es finito, mientras tanto, lo que verdaderamente somos, eso que no tiene nombre, como decía Saramago, es fuego y mar.