sábado, 15 de diciembre de 2007

Tu nombre me sabe a hierba

Calla el tiempo permitiéndome escuchar tu voz.
Pasan los días, corren como niños en prados de puro verdes. Son una jauría hambrienta de vida, llena de voluntad y fuerza.
Descalzos roban el olor de la hierba, y con los pies teñidos de verano, vienen a dormir en el aire de mi habitación. Escucho sus risas nocturnas, y crecen hasta hacerse hombres; envejecen libres en mi memoria, sin dejar de reír, sin dejar de correr.
Así jamás se irá de mí el olor a pastos frescos, siempre frescos, como vivos en el alma de aquella multitud creciente de infantes que nunca paran de venir, y de quedarse para celebrarte conmigo. Río con cada uno de ellos en sueños de vigilia, mientras combino el humo del cigarro con el ron de tus ojos y te espera mi boca.

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