jueves, 19 de julio de 2007

IT'S JUST A RIDE

Escucho desde la carretera un grito de león, no es un rugido, es una triste pero igual avasalladora exhalación, como un suspiro dilatado y abrasivo que penetra en mis oíos sonando a pesadumbre. Escucho también pájaros de muchas especies y calañas, intentando entretener del encierro a la fauna del mundo entero.

Sandra, mi superior inmediata me lleva a las instalaciones del zoológico, soy el nuevo ingeniero ambiental. Tuve que madrugar mucho para llegar, le comento. Tomé una flota desde mi casa, después transporte urbano y finalmente otra flota. A veces pienso que no vale el esfuerzo, que las seis horas de viaje son un despropósito, pero el raciocinio desaparece entre brillos de la mañana, en el humo del cigarrillo del puente peatonal y en el gigantesco y profundo cañón de un río putrefacto. Montañas se abren desde la caída de agua, y dejan que cientos de kilómetros muestren su rostro a la carretera, mientras tanto alguien vomita en un a bolsa porque el camino es sinuoso y huele realmente mal. No importa, pienso, es un completo espectáculo ver las paredes verdes de los riscos, exponiendo cuidadosamente las más bellas rocas, a su vez decoradas por líquenes y musgos frescos que no se molestan por el olor del agua. Árboles crecen en las laderas, en las faldas de mujeres hermosas, imponentes, únicas y perfectas. Son como aquellas a las que amamos los hombres, cuando permiten que descansemos recostados en su vientre de olores jóvenes y ruidos vivos de cavidades indescriptibles. Allí en su abrazo el mundo no tiene sonido, calla y desacelera, solo son luces viajando lentamente en la distancia, como si fuéramos dueños del espacio ya que pensamos y sentimos más rápido que el tiempo.

El recorrido comienza, Sandra me acompaña pero decide quedarse atrás, es un camino empedrado, resbaloso y frío. Está rodeado por jaulas de todo tipo, por plantas nativas, y mariposas que aletean por todas partes. Huele a selva, el aire es húmedo y caliente, pero no es la selva, es el zoológico, es un cúmulo de organismos vivos, en el mismo estadio evolutivo, que hablan idiomas completamente diferentes.

Al avanzar se descubren todo tipo de animales, de todas las raleas, vestimentas y cunas. Unos imponentes y afamados, otros débiles, temerosos, cansados y comunes. Algunos se distinguen por su magnificencia anónima, porque nadie los conoce, no son motivo de primeras planas en periódicos o cubiertas de libros a la venta.
Encuentro leones, tigres y jaguares, felinos corpulentos que devoran kilos y kilos de carne fresca mientras que pasan docenas de primates, colgando de ramas secas de árboles rotos, balanceándose hasta las rejas para estiran sus manos casi humanas y pedir limosna. Cóndores solitarios habitan en piedras de cemento, mansiones grises como el cielo de abril, águilas reales de mirada profunda intentan emprender vuelo hasta toparse con el fin del firmamento, como si se acabara el aire a unos cuantos metros de la superficie. Al terminar la jornada, no recuerdo sus nombres científicos, tal vez solo los veo como prisioneros de su mundo, todos igual de miserables.

Los escalones de piedra llegan a su fin y me encuentro en el mismo lugar donde empezó el reconocimiento; quizá sea ese el propósito del extranjero, pasear por el camino que tantos han recorrido y después de ver, oler y sentir, llegar al mismo punto, al punto de partida sin poder hacer mucho.

Cae la tarde y con ella una lluvia torrencial, canales de cemento conducen al agua y la llevan a las jaulas, toma del suelo lo que puede y arrastra suciedad hasta la parte baja del recorrido, allí me veo de nuevo con una corriente putrefacta, proveniente de otra ciudad, de una más pequeña e inhumana, o por la tergiversación de los intereses de la humanidad, vívidamente humana. Cuando amaina la lluvia me percato de la hora, son las cinco y tengo que volver a casa. Termino mis análisis y propongo un tratamiento tentativo para el manejo de las aguas negras; me despido de Sandra y camino hasta la carretera donde tomo una flota.

Sigo el cauce de la gigantesca alcantarilla a cielo abierto, esta vez a contra corriente. Entro a la ciudad por sus barrios más pobres, montañas de ladrillos, parecen infinitas crestas rojizas que le piden al cielo poca lluvia. Continuo hacia los barrios ricos en medio del insoportable e incontenible murmurar de la radio del bus; creo oír al Alcalde y luego a los payasos de voces sin rostro que se dedican a la palabrería barata.
Finalmente la ciudad acaba y llego a mi casa, no vivo en la urbe, estoy fuera de sus dominios. Termina entonces el camino para mí, llego a donde siempre llego, llego a al punto de donde siempre parto, mañana despertaré aun sin día y empezaré una vez más el recorrido.

2 comentarios:

Wife of the 50s dijo...

me gusta muchisimo como escribes.... muy sensual

Anónimo dijo...

Te visito, te leo y te comento. Extrañamente sugestivo este viaje imaginario, pero eso que importa.