viernes, 4 de marzo de 2011

Las enredaderas

Me gusta cuando pasan las mujeres y dejan su aroma navegando en el aire.

Las veo de lejos, como si fueran flores en un prado, y las dejo intactas y hermosas, creciendo vanidosas en el asfalto. No quiero incomodarlas, solo observar su belleza inmensa, sus gestos y la gracia emanada por cada uno de sus movimientos. No quiero poseerlas, ni verlas morir en un florero, ni siquiera me interesa conocerlas, solo admirarlas y pasar ligero, para no estar presente cuando sus pétalos fenezcan.

Yo en realidad prefiero las enredaderas, fuertes y aguerridas, buscando siempre el firmamento, dibujando maravillas en las paredes de las que se hacen dueñas.

Me gusta pensar que una trepará hasta mi ventana algún día, para rodear mi cuerpo con sus brazos de suave verde, dejándome buscar bajo su frondosa melena el olor de lluvia fresca que habita en su cuello desnudo; y mientras ella sigue su paciente camino, y yo el mío, compartir la pared que nos une a la tierra.