sábado, 5 de mayo de 2007

Mujer de Papel

Yo soy Chelo, vivo en Marcelo, un hombre de cincuenta años conmigo dentro.
El viejo recogió a una mujer joven, muy joven, tan joven que alcancé a quererla para mí. Se llamaba Lina, andaba por Europa, camino a Dinamarca, a su capital Copenhague en busca de una pareja hippie, quería entregarles unos regalitos que les enviaba una amiga desde Chile. Si, Lina era chilena.
En todo caso, Marcelo disminuyó la velocidad, y levantó el seguro de la puerta, ella entro, con agua lluvia rodando por su rostro, su pelo y su abrigo impermeable. Podía verse como el frío se hacía camino hasta sus huesos. Marcelo pensó hablar con ella, y después comer acompañándose en Kindberg; luego darle una aspirina con agua, y café con brandy para evitar un resfriado; eso después de pedir solo una habitación a sugerencia de Lina, para finalmente dormir con ella.

Al día siguiente, como siempre, cuando se despierta Marcelo y ve a Lina en el sofá, se da cuenta que no cambió nada, son así todas las mañanas siguientes al sexo casual; se amanece junto a un perfecto extraño, un ser humano indescifrable ya sea por el haber robado de su garganta gemidos, fingidos o reales, de un orgasmo sin apellido o porque lo único que tiene en mente es salir despavorido con una noche en la memoria, con una mujer divina entre sus sábanas y un nombre que podrá pertenecer a cientos de miles de mujeres de ascendencia latina.

Salieron de la habitación, emprendieron camino y después de viajar en silencio decidieron bajar y tomar un café. Entraron a un restaurante, uno de esos que parecen esperar aburridos a que algún automóvil se detenga, que el hombre que conduce salga, se acerque y por lo menos cruce un saludo para pedir el baño.
Tomó el café, y Lina era hermosa, y Lina era joven y quería que Marcelo la llevara lejos de su camino, y juntos ver los bosques brillantes de lluvia pasada.
Marcelo se levantó, pagó la cuenta, y salió para abordar su carro, aceleró perdiéndose en las curvas asfaltadas.
En cuanto a mí, Chelo, yo me quedé con Lina, yo estuve con ella hasta que acabó su café azucarado. Salimos juntos a la carretera y no fuimos a Copenhague, no fuimos a parte alguna. Me quedé con ella para siempre y la amé, me quedé con su rostro y su boca y su cuerpo, con sus palabras aniñadas y sus ojos vivos. Dormimos en bosques desde entonces y somos viejos abrasados en la hierba, somos sabios y no necesitamos nada de la tierra humana.
Marcelo ya no importa, Marcelo murió en su auto, murió con miedo.

Inspirado de manera absoluta por:
Julio Cortazar. Un lugar llamado Kindberg.

2 comentarios:

Ivonne dijo...

Cortázar es un Dios :)

Anónimo dijo...

Pero Lina se quedó con los regalitos y el par de hippies de Copenhague se quedaron esperando el reloj de plata. En Dinamarca está Marcelo y se los cruza por la calle, se le parecen demasiado a la sonrisa triste de Lina cuando se quedó con Chelo y sonrie con esa melancolía propia de quien tuvo miedo y no pudo con él en ese instante, pero es que hay tiempo, y después de unos años se puede uno arrepentir del miedo... Confia en que todo va estar bien, después de todo, ahora anda solo y puede decidir si recoge o no a una osa... es que son muy peluda, sabes? cuando dan besos se te enredan los labios, no sabe tan bien. Prefiere el olor del tinto y la eterna forma de mover los ojos para buscarla en esas calles, tal vez alguien se le parezca y termine por quedarse, tal vez se quedó en el bosque con Chelo y no le avisó y él que le tenía una flor de papel amarillo y las infinitas ganas de abrazarla...y pedirel perdón por boludo, por chiquilín... pero el bosque se la tragó y a Marcelo no le queda más que buscar una mujer menos peluda y sonreir por la suerte de su Chelo, violonchelo, violín, trompeta, jazz, ciudad.